La Guardia Nacional llegó para quedarse. Este es un hecho que a todas luces parece inevitable, más como un sello político del nuevo gobierno que comienza, que como un proceso de aprendizaje en torno a la contención y reconducción del fenómeno criminal en el país. Después de casi 18 años de tener a las fuerzas militares en tareas de seguridad pública, y al mismo tiempo dos sexenios que a su manera perfectible han buscado la forma de delimitar un esquema de trabajo que de alguna manera defina una profesionalización, capacitación, organización, forma de investigación y combate a la delincuencia, parece ser que se vuelve a evidenciar la falta de una alternativa más efectiva y menos intrusiva en el combate al crimen. Que en los últimos años -me refiero a dos sexenios- los resultados no sean ni por mucho los esperados es cierto, pero que se ha tratado de alguna u otra manera de caminar hacia allá, no puede haber duda.
El anuncio y la operación de la Guardia Nacional en el territorio no es cosa nueva, llamada de una u otra manera, las fuerzas militares han operado por casi dos décadas auxiliando y en algunos momentos dirigiendo las operaciones contra grupos criminales. ¿Qué cambiaría ahora? La forma en la cual las estrategias territoriales que se implementen, que no tendrán un rango muy distante a las ya implementadas en los últimos años se han desarrollado, modifiquen su capacidad para recuperar espacios y pacificar las localidades.
Ahora bien, los despliegues
territoriales ya existen, la delimitación de zonas de riesgo a su vez ya se
encuentra mapeada y consolidada, se sabe dónde operan grupos de alto riesgo y
zonas de mediana y baja intensidad. Aquí la cuestión pudiera ser pensada en
otro nivel ¿Que nos hace pensar que una Guardia Nacional con los atributos
planteados por este sexenio tendrá mejores resultados? En sentido estricto se
pueden considerar aspectos positivos, una forma de coordinación más eficiente,
que hasta el momento ha sido compleja con los estados y municipios, una
capacitación más eficaz y profesional a los cuerpos de seguridad de forma
homogénea y un esquema disciplinar en las formas de operar en los territorios
privilegiando o tratando en la medida de lo posible hacer el menor daño posible
a la población civil y anteponiendo los derechos humanos. En definitiva son
puntos positivos, pero al mismo tiempo pareciera ser que esta estrategia tiene más
un interés de llevar a cabo una especie de “higiene policial” mas no
fortalecimiento a partir de una profesionalización, capacitación y disciplina
militar, que una verdadera estrategia integral para combatir el fenómeno
criminal en el país, más allá del tema de la corrupción y la infiltración en las policías que no es
total ni general en las policías.
En efecto se puede pensar que si
no hay orden en las estructuras que se destinan a combatir a la delincuencia,
las probabilidades de tener éxito son escasas o nulas, y este argumento pudiera
ser válido, pero por otra parte en otras situaciones, cuando realmente se
comprende el fenómeno criminal y su lógica territorial a veces “menos fuerza es
más eficacia”, de ahí que una estrategia quirúrgica y bien planteada pudiera
generar menor desgaste de las fuerzas civiles y militares, y al mismo tiempo,
menor riesgo y mejor manejo de tácticas destinadas a combatir la delincuencia.
Esta premisa en los últimos años ha sido acertada. Los municipios viven de
forma distinta el fenómeno delictivo, por condición de espacio que puede atraer
en mayor o menor medida a la delincuencia, tema que platicaremos en otra
ocasión.
Volviendo al tema de la “higiene policial”
esta forma de “ordenar” las operaciones para combatir el fenómeno criminal no
necesariamente responde a ecuaciones
simétricas. En 20 años hemos visto como las reconfiguraciones criminales son
inevitables, modifican sus espacios de operación y al mismo tiempo,
distorsionan las dinámicas y formas de vida de sociedades y comunidades en
localidades que son de su interés. Hemos sido testigos de sus formas de
dislocación, control territorial y en muchos casos como se vuelven contrapesos
de orden y control en municipios que pierden todas sus estructuras funcionales,
por decir lo menos. La lista es infinita.
En este esquema, -dejando de lado el debate
del fortalecimiento de las policías que urge que continúe- nada nuevo se
vislumbra bajo el sol. Si esta estrategia se basa exclusivamente en el refuerzo
del uso de militares y despliegue territorial -que de entrada es un hecho
contradictorio con las causas que este mismo gobierno ha sostenido como las
generadoras del delito: pobreza, marginación; etc., tratando de seleccionar
delitos que afectan a la sociedad baja, media o alta- estamos perdiendo de
vista la lógica que el crimen privilegia: la oportunidad de hacer dinero y ejercer
el poder en espacios que puede cooptar a corto plazo. Por otra parte, una
estrategia que privilegia la “Higiene policial”, “el fortalecimiento de la
fuerza militar”, “el deslinde o desapego a un verdadero proyecto de policía
civil en las tres esferas de gobierno” y “un débil proyecto en el campo de la
impunidad”, no vaticina los mejores resultados a corto y mediano plazo. Pero
esto apenas arranca y siempre hay posibilidad de alternativas…¨Por eso como
decía Heráclito: “El sol es nuevo cada día”.