La ayuda humanitaria en Latinoamérica y el Caribe. Los nuevos mecanismos de reacción en caso de desastre

SIMONE LUCATELLO* 2018-01-26 19:44:04 ayuda humanitaria,latinoamerica,caribe,desastre naturales,narcotrafico,ayuda humanitaria,desastre naturales,ayuda humanitaria,desastre naturales,ayuda humanitaria,desastre naturales,ayuda humanitaria,desastre naturales

El doctor Simone Lucatello, especialista en Análisis y Gobernanza del Desarrollo Sustentable por la Universidad Internacional de Venecia, comparte para Mirador Judicial su artículo sobre la ayuda internacional ante la grave crisis humanitaria mundial. Analiza la situación y las causas de los más de 60 millones de desplazados víctimas de conflictos, guerras, desastres naturales, problemas socioeconómicos, ambientales y narcotráfico.        

 

 

En las últimas dos décadas hemos asistido a una expansión sin precedentes de la ayuda humanitaria internacional, un conjunto de prácticas de cooperación internacional delineadas a salvar vidas y mejorar las condiciones de poblaciones que han sufrido los efectos de guerras, conflictos, desastres, migraciones masivas y problemas socioeconómicos y ambientales diversos.

Por la coyuntura de gravísimas crisis humanitarias mundiales, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) realizó en mayo de 2016 la primera Cumbre Mundial Humanitaria, que tuvo lugar en Estambul, Turquía, un país que hospeda actualmente casi un millón 600 mil refugiados provenientes de conflictos en Afganistán, Irak, Líbano, Siria y otras partes del Medio Oriente. La cumbre dejó claro que estamos  enfrentando una de las peores crisis de la civilización. Más de 125 millones de personas requieren asistencia humanitaria y más de 60 millones se encuentran desplazadas por conflictos sociales, guerras, violencia, desastres y efectos del cambio climático. Además, han proliferado los ataques a hospitales y a la población civil en las operaciones bélicas. El Derecho Internacional Humanitario (DIH) es cada vez menos respetado y más transgredido.

El informe final que presentó el entonces Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, durante la Cumbre Humanitaria Mundial de Turquía, contiene cifras alarmantes y advierte de las consecuencias catastróficas para la humanidad. En el primer semestre de 2016, la ONU tenía declarada cuatro emergencias humanitarias de nivel 111 (el máximo posible) en Irak, Siria, Sudán del Sur y Yemen. La combinación actual de todas las crisis supera los 60 millones de desplazados, número que rebasa por mucho las cifras de la Segunda Guerra Mundial y que supera en 20 millones la suma de los desplazados en los conflictos y guerras de los últimos 15 años.

En la Cumbre Humanitaria Mundial también se prestó atención al tema del cambio climático y en particular al fenómeno de El Niño, que en 2016 dejó más de cuatro millones de afectados en Centroamérica y 30 millones en África Subsahariana. Se trata del peor evento desde 1997, y aunque todavía no se entienden todas sus repercusiones, se prevé un aumento de los desplazamientos de personas y graves daños ambientales en diversas zonas.

Otro tema importante que surgió en las conversaciones de la Cumbre Mundial Humanitaria es la paradoja de que desde el fin de la Guerra Fría han aumentado de manera significativa las guerras y los conflictos internacionales, así como la muerte de inocentes, por la venta misiva de armas. Los conflictos armados  desangran también a la población civil, pese a la protección que debería brindarles el DIH. Por ejemplo, desde el inicio del conflicto de Yemen hasta principios de 2017, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos registró casi 9 mil víctimas civiles: 3 mil 218 asesinados y 5 mil 778 heridos.

En Latinoamérica, el desplazamiento forzado de poblaciones es también un problema con varias aristas. En Colombia, donde este fenómeno empezó en 1960, se calcula que el 12% de la población nacional vive desplazada. Las causas principales son los enfrentamientos armados entre grupos guerrilleros y las fuerzas gubernamentales de seguridad, y las amenazas directas contra personas y comunidades. Pese a la reciente firma del acuerdo de paz, el número de desplazados por el conflicto sigue siendo uno de los mayores.

La crisis de los desplazados en Colombia es permanente, y según los últimos datos de la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (CODHES), aumentó 24.4%, a 4.5 millones de personas en los últimos cinco años. Las zonas más afecdtadas continúan siendo los departamentos de las comunidades afrocolombianas e indígenas (Chocó, Nariño y Valle del Cauca), sobre todo en los territorios de la etnia awá (38 miembros murieron en 2009). En noviembre de 2014, la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) anunció la creación del Fondo de Respuesta a Emergencias para Colombia (FREC), con el que se pretende agilizar la reacción a las situaciones de crisis del país, ya que el fondo se gestionó localmente.

El Fondo Central de Respuestas de Emergencias (CERF) aprobó la asignación de 4.5 millones de dólares para actividades humanitarias en Colombia y reconoció los esfuerzos del Equipo Humanitario del País (EHP) por medio de la definición de su estrategia humanitaria. En años anteriores, el CERF financió proyectos anuales con montos de menos de 3.5 millones de dólares. El EHP ha acordado emprender proyectos en ocho departamentos, para atender las principales necesidades humanitarias de la población. Los proyectos financiados por el FREC continúan brindando asistencia humanitaria rápida a miles de colombianos afectados por el conflicto armado o por desasres naturales. Actualmente se encuentran en curso siete proyectos del CERF y se esperan que beneficien a más a más de 3 mil 200 personas en cinco departamentos.

En México y los países centroamericanos, los desplazamientos son provocados sobre todo por el crimen organizado y las pandillas (160 mil afectados en el primer país y 25 mil en Centroamérica) y por fenómenos como los desastre naturales, con cifras que varían de los 10 mil a los 20 mil desplazados.

La Cumbre Humanitaria Mundial concluyó con declaraciones de compromiso muy generales y poco contundentes, principalmente por la falta de voluntad de los líderes de los países más ricos, en particular os europeos, que no solo no aparecieron en la cumbre, sino que estuvieron más preocupados por respaldar a Turquía y su política de contención de los desplazados en la zona del Medio Oriente, a cambio de ingentes apoyos económicos  para proteger los interese geopolíticos y geoestratégicos europeos en la región. Sin embargo, la Cumbre permitió también entender en qué situación se encuentra el sistema internacional de ayuda humanitaria, cuáles son sus prioridades y alcances y qué lugar ocupa Latinoamérica en el sistema mundial humanitario.


Los nuevos enfoques y las contradicciones del sistema.

La ayuda humanitaria como se conoce ahora se ha ido transformando a lo largo de los años. Pasó de ser un instrumento de apoyo necesario para aliviar las condiciones de poblaciones afectadas por diferentes situaciones siguiendo los principios universales del humanitarismo, a ser un componente crucial de la consolidación de los procesos de paz y la reconstrucción después de los conflictos. Sin embargo esta transformación ha sido afectada por los cambios en la cooperación internacional para el desarrollo de los últimos 50 años, y presenta un panorama fragmentado y a veces contraproducente para el mismo sistema de ayuda internacional.

Desde el fin de la Guerra Fría, tanto el concepto como la práctica de la acción humanitaria han cambiado significativamente. Con la aparición de las denominadas “crisis humanitarias complejas”, que suelen ser el resultado de una combinación de inestabilidad política, conflictos y violencia –Como la situación actual de Siria--, las respuestas humanitarias tradicionales basadas en los principios clásicos de imparcialidad y neutralidad dejaron de ser suficientes para responder a problemas tan arduos. Así, en la década de 1990 surgió un nuevo humanitarismo, que incorpora objetivos mucho más amplios y de mayor plazo. En lugar del mero trabajo de atención a las urgencias, se postuló un esquema continuo con etapas de desarrollo y afianzamiento de la paz respaldada por fuerzas militares. La mayor parte de los problemas se relacionan con el creciente carácter político y militarizado de la acción humanitaria, que está basada en intervenciones de carácter unilateral o en el seno de organismos de seguridad, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

En la década de 1990 muchas crisis humanitarias, como las de África y de los Balcanes, de trataron de resolver con intervenciones militares que, si bien ayudaron a destituir regímenes represores y genocidas, como el caso de Ruanda y de Serbia, suscitaron importantes cuestionamientos sobre el uso de la fuerza militar. A partir de 2000 la ayuda humanitaria entró en una nueva fase, en la que los principales factores mundiales de cambio son no solamente los aspectos ambientales, sociales, demográficos y geopolíticos, sino también las grandes transformaciones relacionadas con la creciente influencia de las tecnologías, el aumento de la desigualdad y el acceso a la información mediante las redes sociales. En particular, en los últimos 5 años hemos pasado por crisis de nuevo cuño, cada vez más inciertas y complejas, que comprenden inmensos movimientos de masas y desplazamientos de personas.

Por la influencia de una creciente dimensión política de la respuesta a las crisis, la ayuda humanitaria ha adoptado nuevos tipos de actores, nuevas formas de coordinación y nuevos enfoques. Además utiliza respuestas innovadoras, así como reinterpretaciones de los principios humanitarios con enfoques orientados a la eficacia y la eficiencia. Los retos planteados en la Cumbre Mundial Humanitaria, de 2016 pasan por la proliferación de actores, con un significativo aumento del número de organizaciones no gubernamentales en el escenario internacional del desarrollo y de la ayuda, además del aumento de donantes bilaterales. En particular, destacan los países emergentes y de renta media como nuevos donantes de ayuda humanitaria, como puede ser el caso de México.  La coordinación eficaz de tantas agencias se ha vuelto un reto mayor, en especial en la confluencia entre la comunidad internacional y las autoridades de los gobiernos afectados por las crisis. Ahora más que nunca se necesita un sistema que trabaje en forma concertada entre los diferentes niveles y actores de la acción humanitaria.



INSTITUCIONALIZACIÓN Y EFICACIA DE LA ACCIÓN HUMANITARIA

En las últimas 2 décadas se han realizado en Latinoamérica y el Caribe importantes esfuerzos para mejorar la acción humanitaria. La creciente importancia de la gestión nacional de las emergencias se basa sobre todo en la experiencia acumulada de la zona al enfrentar desastres y organizad la protección civil. Como la región es propensa a los riesgos naturales, al paso del tiempo ha adquirido capacidades de respuesta y organización que la sitúan entre las mejores del mundo.

Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)   y otras organizaciones regionales, el número de emergencias relacionadas con el clima ha aumentado y se espera que la tendencia continúe en las próximas décadas. El cambio climático, la urbanización caótica y el acelerado crecimiento demográfico se encuentren entre los principales riesgos y vulnerabilidades, particularmente en Centroamérica y en los pequeños estados insulares en desarrollo del Caribe. De enero a octubre del 2015, 13.2 millones de personas han sido afectadas por desastres en la región. La sequía es la calamidad que afecta a la mayor parte de los habitantes, seguida por lluvias excesivas, inundaciones y epidemias como dengue, chikungunya y cólera. Los huracanes, la violencia, las emergencias ambientales y las olas de frío fueron otros infortunios que afectaron a la población en 2015. Esta cifra supera al número de personas afectadas en 2014 (11.4 millones), lo cual es un recordatorio de que los esfuerzos de preparación deben seguir siendo una prioridad para reducir los efectos de los fenómenos.

De forma paralela, la región ha experimentado un importante crecimiento económico y gradualmente, ha elevado el ingreso de su población, aunque sigue experimentando una enorme desigualdad.  Según estadísticas nacionales registradas durante más de una década, el crecimiento económico de gran parte de los países de Latinoamérica y el Caribe ha venido acompañado por un aumento de la desigualdad, que supera 60% la de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Las diferencias son de ingresos y patrimonio, pero también se muestran en un acceso dispar a tierras y bienes públicos esenciales, como la educación, la salud y otras dimensiones de la seguridad social. La vulnerabilidad y los riesgos de estos factores multidimensionales plantean un problema para la acción humanitaria y las estrategias de cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible de la región. Otras características son las altas tasas de delincuencia y desplazamiento, principalmente en el Triángulo Norte de Centroamérica (El Salvador, Guatemala, y Honduras) y en México.

La guerra civil y las dictaduras de las décadas de 1970 y 1990 dejaron rastros de inestabilidad institucional en muchos países de la región. Sin embargo, otros Estados han experimentado recientemente una transición democrática. Esta característica, junto con el impacto de desastres como el terremoto de la Ciudad de México en 1985, ha creado un escenario interesante que ha impulsado la actualización de los marcos institucionales desarrollados para la respuesta a emergencias y la reducción de eventualidades. En ese sentido, la región se considera un precursor en el manejo de riesgos de desastres, con marcos legales y estructuras organizacionales  modernizadas y sólidos sistemas de gestión, nacionales y regionales.

Más de 4 décadas de experiencia en manejo de riesgos y desastres han demostrado que la región es capaz de establecer importantes marcos de colaboración en las crisis humanitarias. Se reconocen diferentes formas de intervenciones humanitarias en la región, al punto de que actualmente muchos estados se han convertido en donantes humanitarios. En algunos casos, los países han acumulado capacidades institucionales para organizar y entregar ayuda internacional, como es el caso de Brasil, Chile, Colombia y México.  Sin embargo, y a pesar de la relativa paz y la evolución de los procesos democráticos, la región continúa sufriendo una enorme violencia. Los desplazamientos anuales de miles de personas por esta causa plantean un desafío a la eficacia humanitaria, además de brindar una oportunidad única para explorar nuevas estrategias de acción en zonas violentas y conflictivas.

Consultas Regionales.

En Latinoamérica, el sistema humanitario actual es una combinación derivada de la gestión de múltiples experiencias y procesos institucionales, sociopolíticos, económicos y ambientales. Diversos esfuerzos institucionales han promovido mecanismos de cooperación regional con resultados locales y naciones variables. Por ejemplo, desde 1987 funciona el Centro de Coordinación para la Prevención de los Desastres Naturales en América Central (Cepredenac), por mandato de la secretaría general del Sistema de Integración Centroamericana (SICA). Además la comunidad del Caribe (Caricom) se ha visto beneficiada por el trabajo de la Agencia de Gestión de Emergencias de Desastres del Caribe (CDEMA).

Por otra parte, los países de Sudamérica formaron en 2015 el Grupo de Trabajo de Alto Nivel para la Gestión Integral del Riesgo de Desastres de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).

La región cuenta actualmente con veintidós sistemas nacionales de protección civil, como el Sistema Nacional de Protección Civil de México, más de una decena de instituciones de prevención y gestión de riesgos de desastre, como el Cepredenac, el Centro Nacional de Prevención de Desastres en México, la CDEMA, la Comisión para la Reducción de Desastres de Guatemala y la Comisión Permanente de Contingencias de Honduras, de la Red Interamericana para la Mitigación de Desastres, entre otras. Estas instituciones, junto con las fuerzas militares de cada país, la Cruz Roja internacional y local, y más de doscientas organizaciones no gubernamentales, han formado en los últimos años un sistema regional complejo y dinámico para atender las crisis humanitarias.

Paralelamente, la región ha ido desarrollando un mecanismo de cooperación internacional y de institucionalización de espacios de gobernanza de la ayuda humanitaria. Durante las consultas preparatorias, para la Cumbre Mundial Humanitaria de 2016, se encuestó a varias de las instituciones citadas para obtener información sobre el panorama de la región y contribuir al contenido de la nueva agenda humanitaria mundial.

Esto se debe a que América Latina y el Caribe han logrado resultados significativos en áreas prioritarias del Marco de Acción de Hyogo (MAH), especialmente en dos aspectos relacionados con el trabajo humanitario: identificación, evaluación, y supervisión de los riesgos de desastres y mejoras en la alerta temprana (prioridad 2); y fortalecimiento en la preparación para los desastres, a modo de dar una respuesta eficaz en todos los niveles (prioridad 5).

La acción humanitaria en Latinoamérica y el Caribe puede enmarcarse en la guía de reducción de riesgos de desastre del nuevo acuerdo internacional del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030. Este nuevo instrumento sustituye al MAH y tiene por objetivo fortalecer la capacidad de recuperación y contribuir el desarrollo sostenible, en particular en los países más afectados por desastres y crisis humanitarias. Con el propósito de fortalecer las alianzas de actores humanitarios y promover la misión, los objetivos y los instrumentos de la ayuda humanitaria, en la última década ha habido diversas reuniones en Latinoamérica, siguiendo los llamados Mecanismos de Asistencia Humanitaria Internacional (MIAH). Desde 2007 se impulsaron ocho reuniones MIAH, que culminaron en Guatemala en mayo del 2015 con una gran consulta sobre la eficacia de la acción humanitaria de la región, enfocada en una agenda contextualizada y diferenciada que abarcó temas como la rendición de cuentas, la financiación, la cooperación regional, la coordinación y la innovación de la ayuda.

Los factores contextuales hacen hincapié en las dinámicas nacionales y locales que deben tenerse en cuenta al diseñar la respuesta humanitaria. Si la gente está realmente en el centro de la acción humanitaria, la comunidad no puede dar respuestas estandarizadas que ignoren las particularidades regionales y locales. Las características peculiares de la región, como la urbanización, la desigualdad, la vulnerabilidad, las pandillas y la violencia criminal, el desplazamiento y una gran presencia indígena representan grandes desafíos de desarrollo y seguridad para las comunidades locales. Desde la perspectiva de los gobiernos regionales, la acción humanitaria eficaz y diferenciada debe basarse en dos elementos fundamentales: la participación de las autoridades y las instituciones nacionales, por un lado, y la capacidad y las funciones de los actores locales, por el otro, articulados en mecanismos de interacción con diferentes actores regionales e internacionales.

Sin embargo, la escasa comunicación y la planificación inadecuada de las instituciones humanitarias internacionales y las comunidades locales da por resultado prácticas inapropiadas y marginación de los actores locales. Los organismos internacionales emprenden acciones humanitarias sin los conocimientos y las relaciones que podrían aumentar su eficacia. Al dejar de lado a los participantes locales, menguan los efectos de dichas acciones. Con el fin de fortalecer esta vinculación crucial de la comunidad, en los debates y discusiones se ha revelado la necesidad de otorgar un mayor poder de supervisión y evaluación a los grupos nacionales. Para superar el problema de escala, los gobiernos han propuesto incluir a las instituciones nacionales y locales en funciones de coordinación de agrupamientos y hacer flexibles los mecanismos internacionales que se aplican en la región. Aquí, las redes y los equipos humanitarios que han evolucionad en muchos de los países ofrecen modelos de flexibilidad e innovación para ganar eficacia. Un ejemplo es el trabajo de CDEMA, cuyo objetivo es fortalecer la capacidad de respuesta en el Caribe mediante un programa integrado de búsqueda y salvamento. Este programa fue diseñado para coordinar el mecanismo interinstitucional y administrar actividades marinas y terrestres, aprovechando todos los recursos de la región.

Por último, los países de Latinoamérica y Caribe coinciden en que sea necesario llegar a las comunidades locales con programas de prevención y recuperación de desastres, para acordar normas y coordinación de la respuesta humanitaria y fomentar unas relaciones con los líderes comunitarios que extiendan el alcance de estos esfuerzos. Un aspecto importante es la interacción de comunidades, instituciones nacionales y autoridades que impulse compromisos y entendimientos mutuos para una acción humanitaria mejor coordinada. Una iniciativa reciente, promovida por el gobierno mexicano después del terremoto en Haití en 2010, prevé el fortalecimiento de las organizaciones locales para vincular con los esfuerzos internacionales en las reacciones a los desastres regionales.

 

*SIMONE LUCATELLO es investigador de tiempo completo en el Instituto Mora. Doctor en Análisis y Gobernanza del Desarrollo Sustentable por la Universidad Internacional de Venecia, en Italia, y maestro en Relaciones Internacionales por la London School of Economics and Political Sciencie de Inglaterra.